30 de mayo de 2012

Ceremonias de México.

Ceremonias de México.
Hola, señor. ¿Así que es usted americano? Aquí la gente le dirán gringo o mister; pero no vaya usted a ofenderse por eso, es sólo una forma cariñosa y sobre todo más corta que decir norteamericano. Ya se dará cuenta que aquí nos encanta hacer todo rapidito, cortito… chiquito. ¿Me decía que viene usted a conocer nuestras ceremonias? ¡Excelente! Los mexicanos somos muy ceremoniosos y le explicaré algunas de ellas, para que vaya entrando en el tema o, como aquí decimos, para que se vaya "encanchando".

La primera ceremonia que habrá de aprender es la que llamo “Ceremonia del Cachete”. No se vaya usted a reir cuando la vea, porque la gente se toma este rito muy en serio, aquí nadie se ríe de ella. Esta ceremonia se lleva a cabo cuando se encuentran dos personas conocidas o se presentan dos personas. En ese momento, las dos personas sacarán su cachete derecho, fruncirán sus labios dejando la boca tan chiquita como pueden, juntarán los cachetes, aventarán un beso al aire y terminarán separando los cachetes. Sí, sí. Es un beso al aire… pero ese beso no debe ser “tronado”, sino que debe apenas escucharse. Decir “muac” cuando da el beso es imperdonable, eso significaría que está usted bromeando. No se vaya usted a equivocar y trate de usar su cachete izquierdo. Eso no, porque provocaría un baile de cabezas incómodo mientras la otra insista en usar el derecho.

No vaya usted a creer que eso es todo, no señor. Existen muchas reglas que poco a poco irá aprendiendo. Por ejemplo, si se trata de una mujer y un hombre, la mujer se quedará en su lugar esperando que sea el hombre quien se acerque, a menos que ella realmente aprecie al hombre y entonces ella será la que se acerque. Si se trata de dos personas de diferente edad, será la mayor la que se quede quieta; pero si se trata de una abuelita y un nieto, entonces será la abuela quien acerque primero su cachete para esperar el cachete del nieto. Es de notar que los niños pequeños aún no dominan esta ceremonia y suelen plantar tremendo beso en el cachete de la abuela a lo cual la abuela maleducará al nieto en esta ceremonia al decir: “¡Qué lindo beso!”, aunque tenga todo su cachete babeado. Es de perdonarse que los niños se equivoquen y que las abuelas los premien, pues todos sabemos que la labor de las abuelas es maleducar a los nietos. Pero esta malcriadez solapada dará frutos pocos años después, cuando el niño se haga el gracioso haciendo gestos de repugnancia cuando la abuela le pida un beso.

Es muy importante que sepa que si son dos hombres los que se encuentran, sólo se darán la mano. Esta ceremonia sólo está permitida entre abuelos, padres e hijos cuando de hombres se trata. No se vaya a equivocar porque se expone usted a recibir tremendo sopapo.

Otro punto importante es la distancia entre los cachetes. La distancia es inversamente proporcional al afecto entre las personas. Dicho de manera simple. Entre menos cariño, más distancia, pudiéndose dar el caso de que los cachetes jamás se junten. Harto complicado resulta, pues, esta ceremonia del cachete.

Cuando se trata de contactar a un desconocido, entonces se celebra la que llamo “Ceremonia de la Sonrisa”. No cualquiera puede llevarla a cabo, no, nada de eso. Tiene reglas muy estrictas. Si se trata de un hombre hacia una mujer, el hombre habrá de ser guapo con lo cual la mujer se sentirá halagada; pero si el hombre es feo, el hombre será tachado de insolente y la mujer se tornará indignada. Pero si es la mujer quien sonríe al hombre, éste se acercará rápidamente... como Speedy González, para que se dé una idea. Los hombres están tan domesticados para responder a este ritual, que muchos olvidan, incluso, que les acompaña la esposa, y podrían recibir andanada de bolsazos. Las señoras deberían entender que es la naturaleza de los hombres, como es la de los gatos perseguir los cordeles de estambre.

Practique mucho su sonrisa, mister. Su sonrisa no debe ser muy amplia o se tomará como burla… y no vaya a ser que se asomen los restos mortales de un frijolito. Cuando se trata de sonreír a los demás hombres, su sonrisa deberá ser apenas perceptible y acompañada de un leve asentimiento con la cabeza. Se trata de una sonrisa de aceptación y nada más. Otra cosa podría ocasionarle problemas... o citas.

¿Ve usted esa fila en ese banco? Ahí también se lleva a cabo una ceremonia corta y fácil de llevar a cabo. Es la que llamo "Ceremonia de la Fila". Una de las personas de la fila dirá “¡Qué mal servicio! ¡Deberían abrir más cajas!” seguido de la revisión y cuenta de las cajas existentes y de aquellas que tienen cajero. Esta ceremonia de apenas unos segundos le confiere un sentimiento de importancia a la persona que la realiza, muy entendible dado que el ego de dicha persona fue seriamente lastimado al tener que hacer fila al igual que el resto de los simples mortales.

Antes de que se me olvide, déjeme advertirle de una ceremonia harto peligrosa, no vaya a ser que usted caiga en ella. Le llamo “Masiosare”. Cuando se tope con algún mexicano, éste se va a querer hacer el simpático y hospitalario con usted... y eso está bien; pero en algún momento, invariablemente la conversación girará para hablar de los problemas nacionales, ya que el deporte nacional por excelencia es el de la queja, seguido del fútbol… y cuando empiezan las quejas, estará usted sobre terreno minado. Diga lo que diga el mexicano, así esté diciendo que México es lo peor del mundo, usted "chitón", quédese calladito. Es el peor momento de este rito y debe usted fingir demencia o como suelen hacerlo la mayoría de sus conciudadanos que ya han sido víctimas anteriormente: sacar una sonrisa estúpida. Si lo contradice, mal. Pero si acepta o repite lo que él dice, ¡peor! Ningún extranjero puede hablar mal de México. No me pregunte por qué, mister, así funciona el mexicano.

Tenemos muchas ceremonias, mister, es sólo que estamos tan acostumbrados a ellas que ya no nos damos cuenta. Disfrute su estancia.

Enoch Alvarado

27 de mayo de 2012

De colores

De colores.

Hola, señor, me da gusto saludarle de nuevo. Fíjese que venía yo cantando dentro de mi cabeza esa vieja canción que cantábamos en la escuela:

De colores, de colores se visten los campos en la primavera.De colores, de colores son los pajaritos que vienen de afuera.De colores, de colores es el arcoiris que vemos luci-i-ir.Y por eso los grandes amores, de muchos colores, me gustan a mí.
De colores, de colores son los calzoncillos de los abuelitos... Y ¡zaz! Me dí cuenta del por qué. ¿Viera qué adornada está mi ciudad? No como en mi infancia cuando se adornaba el barrio con tristes conitos de papel separados con popotes de los colores del santo que se festejaba. Recuerdo bien el blanquiazul de la Virgen y el amarillo de la visita del Obispo. No, señor, la ciudad está toda adornada con los colores de los partidos con las fotos de sus candidatos. Eso sí, todos están muy sonrientes, porque usted ya ha de saber que las elecciones las ganan las mejores fotos. Pero no es de los candidatos que le quiero platicar, señor. Es sobre los colores que adornan la ciudad.

Mire usted. El PAN tiene un azul “Tec de Monterrey” muy bonito; pero dudo mucho que ese tono sea el adecuado. Yo dejaría el Azul Rey para los yunquistas y azul gris para el resto. ¿No le parece a usted?

¿Y qué decir del PRI? Está usando el verde y rojo en sus campañas... El rojo está bien; pero cambiaría su tono a rojo sangre. Sangre de Tlatelolco, del Jueves de Corpus, de Acteal, de Aguas blancas, de Atenco. El verde habría que cambiarlo. Atendiendo a su pasado, a su historia, a su recuerdo, a la forma de proceder y a sus intenciones les quedaría mucho mejor el negro, salvo su mejor opinión.
El PRD emplea el amarillo en vez del rojo, que le correspondería por ser de izquierda; pero ni hablar que el rosa mexicano les quedaría perfecto. Es remotamente rojo; pero eso sí, muy a la mexicana. Además, es el único que se ha pronunciado a favor del matrimonio de parejas homosexuales. Yo opino que los homosexuales también tienen derecho a casarse y a ser igual de infelices en sus matrimonios que los heterosexuales. Además, habría más chamba para el Registro Civil que los casa y los abogados que los descasan. ¡Ah! Pero perdone usted, ya me estoy desviando del tema.

Y luego Sinvergüencia, Convergüencia o como sea que se llame el “Movimiento ciudadano”. Un águila juarista -que bien podría cambiar por un pájaro dodo- color naranja y letras azules. El naranja les queda bien, en mi opinión, pero el azul debería cambiar por un amarillo mango. Así sus colores representarían los votos de la gente.



Nueva Alianza usa el blanco sobre fondo azul. El blanco les representa perfecto pues combina con cualquier otro color. Tal vez el próximo sexenio lo veamos sobre fondo amarillo o sobre fondo tricolor. Por cierto, señor, cosa curiosa es llamar PANAL  a un chinchero.


Y luego, el Partido Ecologista. Ese tienen un logotipo verdaderamente hermoso. Un tucán, una hoja y un fondo color verde selva. El tucán podría cambiar por un zopilote, la hoja por un contrato y el verde sería más creíble si fuera verde dólar.


¡Oh! Me olvidaba del PT. Este emplea un logotipo amarillo sobre rojo, igual que la antigua URSS o la bandera china. Creo que debería ser transparente, ya que ni pinta ni da color.


Bueno, señor, me despido de usted porque me esperan en la puerta unos señores. Dice mi niño que quieren a invitarme a no sé donde para darme una calentadita... creo que entendió mal, porque no es Invierno y debe ser una refrescadita. Sí, eso debe ser. Agur.

Enoch Alvarado

26 de mayo de 2012

Palabras gastadas

Palabras gastadas.

No, señor, ya no quiero las mismas palabras de siempre, se han gastado de tanto usarlas. No quiero más estas palabras que fueron como mujeres fáciles y anduvieron en boca de todos. Palabras que empezaron significando una cosa y acabaron significando otra muy distinta y el caso es que ahora ya no entiendo nada. Mire usted, cuando se creó la palabra político significaba ser un ciudadano que participaba en los asuntos de la sociedad. Luego pasó a convertirse en sinónimo de ser cortés o de buenos modales… Y ahora se aplica a la familia de la esposa. O la palabra amor, que hoy se usa para todo (“amo a mi perro”, “amo mi celular”, “amo al mundo”) se ha deslucido por completo, es una palabra sin brillo, ya no provoca la misma emoción de antes. Cuando me dicen “te amo” quisiera que fuera algo distinto al sentimiento por el perro. ¿Y qué me dice de la palabra orgullo que antes era un pecado capital, algo de lo que debía uno avergonzarse y hoy significa exactamente lo contrario? Y para acabarla de amolar, la gente se dice orgullosa de cosas de las cuales no cabe razón por la cual sentir nada. Me dicen: "soy orgullosamente mexicano". ¡Por favor! Si naciste aquí no es más que una simple coincidencia de la vida, no hiciste nada para merecerlo… Así, pues, no hay quien entienda.

Luego, señor, la gente empieza a adornar las palabras para más o menos darse a entender: envidia de la buena, me dicen. Pero yo conozco una sola envidia, y no tiene nada de buena. Pero como toma muchas palabras decir: “estoy contento contigo por esto y yo también quisiera tenerlo o lograrlo, pero también me siento más pendejo que tú porque todavía no lo tengo…” agarramos la palabra envidia, la cual sí refleja el verdadero sentimiento y le embarramos betuncito para hacerla menos fea, más tragable… envidia de la buena es algo así como envidia no tan gacha como la envidia envidia.

Pero no vaya usted a creer que sólo la gente es culpable. El diccionario también es cómplice. Tome usted, por ejemplo, la palabra juego y busque su significado. En algunos diccionarios dan hasta 21 acepciones distintas. De plano, con ese juego de significados no juego este juego.

Lo que yo creo es que tenemos una gran carencia de palabras y se nota más en todo lo nuevo. Por eso andamos usando palabras ajenas, de otros idiomas, porque aquí no inventamos nada, ni siquiera palabras. Chatean los chatos porque no existía, ni existe, palabra disponible para la plática por Internet en español. Al rato entrará al diccionario y poco a poco empezará a significar cosas distintas. Y, por cierto, chato ya no es sólo el que tiene la nariz aplastada, ahora es un apelativo cariñoso y hasta un vaso de vino. ¿Ve usted, chato, a lo que me refiero?

Los antiguos, esos señores que inventaron las palabras, no eran más inteligentes que nosotros, sólo eran menos perezosos. Ellos sí que sabían inventar palabras. Si no fuera por su importante labor de nombrar las cosas, todos los animales se llamarían iguales. Diríamos: "mira, ahí va un trololó de dos patas que hace cocorocó" o bien: "tengo un trololó que monto y hace iiiiiii". Así que les debo mucho a los antiguos y me da mucha tristeza que el arte de inventar palabras haya caído en desuso y nos conformemos con las que ya tenemos. Palabras viejas, ajadas, estiradas, torcidas, deslucidas, ambiguas, piraguas, paraguas, enaguas y contrarias.

Quiero palabras nuevas, palabras fresquitas, palabras que realmente signifiquen una sola cosa, palabras que podríamos añadir al diccionario. Por ejemplo, morolilo podría significar, esa correcta dignidad que malamente llamamos orgullo. ¿Me entiende, señor? Estoy morolilo de inventar esta nueva palabra. ¿Y qué tal si decimos masata en vez de envidia de la buena? ¡Ah! Le dió masata por no haber pensado esto antes, ¿verdad?. Poser, tungo, pirrónico, agúfico, emprosto, bodón y pucalonga, entre otras muchas, son buenas palabras para empezar a usar, ¿no lo cree usted así, señor?
Enoch Alvarado