3 de marzo de 2016

Don Quejote de la Mancha

Don Quejote de la Mancha.

Hoy lo vi. No me lo contaron. Entré a la farmacia y ahí estaba ese hombre parado sobre un pedestal invisible dictando cátedra sobre sus vastos conocimientos y de los porqués de las cosas. 

El agorero acusaba, al parecer, a un gobierno mundial invisible, de reducir la población mundial provocando diabetes infantil y no sé cuántas cosas más. 

Pavoneábase cual animal seduciendo hembras de su especie y tenía en su rostro la sobriedad y deleite perverso  de aquél que predica el fin del mundo como si fuera lo mejor que nos podría ocurrir. 

Tal vez tenía rato asustando a las pobres empleadas que abrían sus ojos como plato pero mi llegada apresuró su despedida. Así que terminó su prédica vaticinando la próxima guerra mundial. ¿Tendrá algún doctorado en prospectiva?, le di el beneficio de la duda; pero cuando concluyó con “si no creen… busquen en Youtube.” supe que su “título” lo había obtenido de la Universidad Autónoma de Internet. Ni hablar, otro “Quejote de la Mancha” más que perdió su cordura no a fuerza de leer libros de caballería sino de teorías y videos conspiranoicos, un indignado hijo de Eva como cualquier otro de los muchos que abundan en el ciberespacio.

Lo terrible fue ver salir del mundo virtual al real a semejante personaje. No es lo mismo leer comentarios estúpidos de gente anónima que conoce los “secretos mejor guardados de la humanidad” (vaya secretos que están por todos lados) que tenerlo enfrente. No supe si enojarme o reír. En las redes basta con deslizar la pantalla al siguiente comentario para desembarazarse de él pero en la vida real lo tenía frente a mí, al alcance de mi puño… o del suyo si acaso no pudiera contener la risa.

¿Se imaginan a un tipo cantando a viva voz totalmente desentonado y descuadrado? Así como con aquellos sufren los oídos, igual mi cerebro sufre con las estupideces. Busqué en mi archivo mental de casos similares donde haya salido intacto ante semejantes ataques contra la razón y la lógica y... ¡Eureka! Nada difícil. No era distinto a los testigos de Jehová, mormones o demás “misioneros” religiosos que han tocado a mi puerta o predicadores que vociferan en las calles. Ellos, pienso, tienen todo el deseo y la buena intención de dar a conocer al mundo “su verdad”, igual que en un tiempo yo hice lo mismo con mi ateísmo. Así que en ese aspecto, al menos, era tan culpable como ellos. Punto para la tolerancia. Sólo reí para mis adentros sabiendo que no sería el primero ni el último que encontraría suelto. Ni hablar, a la fauna urbana de predicadores religiosos se suman ahora los predicadores de conspiraciones.

Tal vez así de ridículo me veía yo cuando quería restregar mis conocimientos a todo el mundo. No importa que los míos hubieran sido adquiridos con sudor y nalgas en la escuela, también podían estar equivocados. No se trata del contenido sino de la forma en que quería destacar por encima del resto de la humanidad. No importa si predicamos contra las trasnacionales o a favor de ellas, da igual si es contra los sionistas o contra los palestinos, si se trata de revindicar a Tesla o atacar a Juárez, a final de cuentas sólo repetimos aquello que creemos que es verdad y muchas veces sin saber nada del asunto, tan sólo porque lo leímos o vimos por ahí. Sí, sí. Lo sé. Hay fuentes confiables y otras nada confiables, entiendo perfectamente la diferencia y sé que muchos que se sintieron incómodos con mis palabras tratarán de justificarse de esa manera. Pero, repito, no se trata de la verdad del mensaje sino de cómo alimentamos nuestro ego haciendo lo que tenemos a nuestro alcance, así sea dar un clic a un “me gusta” o a un “compartir” y, en ese aspecto, hacemos lo mismo.

Por eso, si hablo o escribo, es sólo por el gusto de compartir. Puedo estar completamente equivocado en mis opiniones y puedo parecer igual de estúpido para los demás como éste tipo me pareció a mí. ¿No es curioso? Al que inicialmente tildé de estúpido terminó enseñándome algo, aunque fuera involuntariamente.